26 de noviembre de 2016

OUFF 2016 (2): Poliédrica invasión

Para comentar las obras más destacadas que pudimos ver en el Festival de Cine de Ourense debemos centrarnos en un foco que fue la imagen de esta 21ª edición del certamen: el de Hugo Santiago y, en concreto, en su obra más legendaria, Invasión, largometraje realizado en 1969 y sobre cuya fuerte carga histórica es difícil exagerar: en sus imágenes creemos estar viendo una prefiguración de lo que posteriormente fue denominado (a propósito de una de las novelas cumbre que intentaron representar esta ominosa época: Respiración artificial, de Ricardo Piglia) "el Auschwitz argentino". Aunque rodada durante la dictadura previa de Juan Carlos Onganía -y su cronología la trasladaría a la del general Pedro Eugenio Aramburu- la dramática realidad que se concretó en la matanza que tuvo lugar en suelo argentino bajo la prosaica denominación de Proceso de Reorganización Nacional ofrece aquí buena parte de sus síntomas, que cinematográficamente se ven representados mediante la construcción, en la sitiada ciudad de Aquilea (trasunto de Buenos Aires) de un ambiente enrarecido y conspirativo (que nos recuerda a la atmósfera característica del cine de Jacques Rivette), en unos encuadres heterodoxos, planos fugaces, ruidos estridentes y desfasados y una iluminación tan deudora del neorrealismo como de la nouvelle vague. 


Y todo ello, para acentuar el desconcierto que surge de una trama en la que un clandestino grupo de resistentes lucha a la desesperada hasta que sólo queda vivo su ambivalente y poco confiable líder, Don Porfirio, en el que creemos ver, acertadamente o no, ecos de Juan Domingo Perón, quizá llevados por la presencia como guionistas de dos antiperonistas tan conspicuos como Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Entre medias, una pareja en la que ambos son resistentes sin conocer cada uno la militancia del otro, un estadio de fútbol como lugar de muerte (al igual que sucedería, cuatro años después, con el Estadio Nacional de Chile), brutales torturas y la información falsa como reclamo ("murió para nada" es una de las sentencias más características de este largometraje), persecuciones en coche, ejecuciones en frío y unos invasores que detentan el poder y visten, todos ellos, el mismo traje, acentuando la futura llegada de lo anodino como marca de lo siniestro y de un poder sin distinción ni poder de seducción alguno, con una función meramente represiva. 



El rostro pétreo de un actor tan característico como Lautaro Murúa acentúa la fortaleza de su personaje, Herrera, el resistente sobre el terreno (y no en la sombra, como ese Don Porfirio que maneja los hilos sin mancharse y limitándose a dar órdenes), un hombre de una pieza cuya lealtad hacia la causa va más allá de las dudas y que actúa como principal hilo conductor de la trama. La cámara de Hugo Santiago compone una bella elegía que deja claro la trascendencia de su personalidad, capaz de provocar que el esquinado líder se postre a sus pies:









El poderío de algunos elementos de la ópera prima de Hugo Santiago nos remite por momentos al cine mudo. Al rostro de Lautaro Munúa hay que sumarle el de algún actor secundario que transmite sadismo y monstruosidad sin más ayudas que su locoide sonrisa (y el contexto de una sala de torturas):


No nos quedan dudas de que, con Invasión, estamos ante cine político en su vertiente más poliédrica y metafórica, más desconcertante que Tierra en trance de Glauber Rocha, más esquizofrénico que All the king's man de Robert Rossen, y con un desenlace profundamente desasosegante, sobre el que sólo puede cernirse una gran (y, en el fondo, muy desesperanzada) interrogación.  

Es significativo que, siendo relativamente frecuentes las adaptaciones que al cine se han hecho de historias Borges (y de Bioy), una de sus escasas incursiones directas en la escritura de un guión original interpele tan directamente a la historia argentina que estaba transcurriendo en el mismo tiempo en el que se rueda Invasión, cuando precisamente su obra escrita se caracteriza, quizá solo aparentemente, por lo contrario. En este sentido, y centrándonos en el autor de Historia universal de la infamia, algunos de los rasgos de su obra a partir de los años 30 (la negatividad, la oscuridad, el pesimismo) se vierten de forma admirable en esta película, y en particular algunas de las conclusiones que sobre su narrativa sacó Luis Martul Tobío: 
La verdad es destituida, no existe más que como hipótesis inventiva, sin ningún tipo de garantía en la realidad; el pensar sistemático necesariamente deforma, es una trampa y los grandes enigmas de la realidad no se pueden sistematizar; el lenguaje genera ficción, sin poder aplicarle ningún tipo de freno, de barrera, es un instrumento pérfido e insidioso que nos aísla y no nos permite comunicar, solo los puede dar fragmentos de una inútil abstracción; es imposible limitar una palabra a una cosa porque tiene una dinámica simbólica propia, de una potencia enorme. 

Tras este portentoso debut, la carrera de Hugo Santiago fue lo suficientemente errática como para que este foco se redujese a mostrarnos un fallido documental sobre su proceso creativo (El teorema de Santiago, de Ignacio Masllorens y Estanislao Buisel) y su, hasta ahora, última película, El cielo del centauro (2015), en la que, a pesar de las más de cuatro décadas transcurridas entre una y otra, nos muestra una coherencia absoluta con Invasión en cuanto a inquietudes temáticas y estéticas. Volvemos a sentir un indiscutible aroma rivettiano, con sus oscuras y extrañas maquinaciones, unos constantes y casi arbitrarios paneos, una fotografía de tonos apagadísimos pero con ciertos esmaltes estratégicos y un intrincado argumento que, a la manera borgiana, parece quedar finalmente reducido a un juego intelectual. 



El protagonista, un marino francés que llega a Argentina invadido por el extrañamiento (posible trasunto del propio director, que con esta película volvió a rodar en su país natal), se mueve en una abigarrada trama con la vieja estela del McGuffin y de El halcón maltés muy presentes. Y, quizá, de nuevo, la huella de un trasunto de Perón como el paridor de confusiones, el hombre que en la sombra se ríe de todos, esta vez camuflado en la figura de un conserje de instituto capaz de armar una abigarrada bola de nieve con el único fin de conseguir la pieza de ajedrez que completa el tablero. Su tablero. 

6 comentarios:

El Rayo Verde dijo...

Explicame lo del fallido documental. Gracias.

Mario Iglesias dijo...

Me pareció un documental que se acercaba al proceso creativo de Hugo Santiago de forma muy superficial y, por otra parte, considero que su preocupación por la estética era muy escasa. Desde luego, muy poco adecuado para adentrarse en una filmografía de la complejidad de la del director de Invasión.

El Rayo Verde dijo...

Ok. Y para ti cual sería una forma más profunda de acercarse al proceso creativo de HS? Creo que confundes una filmografía mítica con los materiales disponibles del rodaje de una sola película.
Y a que te refieres con lo de una escasa preocupación por la "estética"? Me parece más pertinente hablar de forma. (La gente de publicidad piensa en términos de estética. Los cineastas pensamos en términos de forma.) Cada film tiene una forma que esta relacionada con su manera de producción. No es lo mismo la forma de Chats Perchés que la de Sans Soleil, no crees?

Mario Iglesias dijo...

Obviamente, en tus dos últimas frases tienes toda la razón. En lo anterior, yo creo que "forma y fondo" son otras maneras de denominar "estética y ética", y por ello creo adecuado emplear el término estética para hablar de cine. Aunque yo no soy cineasta, así que los términos en los que yo piense tendrán menos legitimidad. Pero tampoco me dedico a la publicidad, ni mucho menos.
En cuanto a la manera más profunda de acercarse cinematográficamente al proceso creativo de Hugo Santiago, no soy yo quien tiene que dar la receta, solo digo que la del documental El teorema de Santiago me parece inadecuada. Creo que es un documental que no le hace justicia, algo que se nota mucho más en el marco de un foco dedicado a su figura y puesto al lado de obras de su autoría.

El Rayo Verde dijo...

Hola Mario. Perdón por la demora en responder.
Para entender mejor, pregunto: decir que el documental es superficial (o no se acerca cinematográficamente de una "manera más profunda") significa que carece de información sobre los métodos de trabajo de HS o que debería parecerse "estéticamente" a los films de HS? Para Ud. el film tiene una profundidad inadecuada y que no le hace justicia a la filmografía de HS. Creo que acá hay una confusión, porque "El teorema de Santiago" no es (nunca quiso ser) un film sobre Hugo Santiago. ¿Cómo hacerle justicia a una filmografía de un cineasta que todavía filma? ¿Cómo abarcar un conjunto de obras tan distintas cómo las que hizo Hugo? Nuestro film ni siquiera es sobre "El Cielo del centauro", o sobre cómo se hizo esa película. Eso, en todo caso, fue el punto de partida. Siempre nos interesó más el choque generacional que se produce entre Hugo y su equipo, entre dos formas diferentes de hacer cine.

Mario Iglesias dijo...

Por tu última respuesta, deduzco que eres uno de los directores de la película. En ese caso, creo que el debate es inadecuado: yo estoy defendiendo una determinada idea de cine y haciendo un balance de un festival (y, en concreto, de un foco determinado de dicho festival), y tú estás defendiendo, legítimamente, tu propia creación. Creo que no va a haber muchos puntos de acuerdo, dadas las distintas posiciones que tenemos, pero en todo caso te agradezco tus intervenciones.