29 de febrero de 2016

Los olvidados: Fatty, Linder y Langdon

Desde que, hace más de una década, vi un breve vídeo introductorio a una emisión televisiva de Espartaco de Stanley Kubrick, en el que se comentaban las evidentes analogías de la trama del largometraje con la situación política y social de los Estados Unidos de la época en que se realizó (con el acento en un aspecto concreto, el de la caza de brujas anticomunista que llevó a la cárcel al guionista Dalton Trumbo y al autor de la novela original Howard Fast), estoy convencido de que toda película o narración histórica responde a necesidades, puntos de vista y situaciones del presente, de la que son una reproducción más o menos camuflada. Del mismo modo, si hay una verdad destacable de entre las muchas que contiene el estimable documental El misterio del rey del cinema (Elio Quiroga, 2014) es que, de la expresión -una entre muchas semejantes- "Charles Chaplin es recordado como el más grande autor de comedia muda", el fragmento más significativo es "Charles Chaplin es recordado", siendo la segunda parte un corolario secundario (aunque para mí la expresión completa haga justicia a los méritos del autor de Luces de la ciudad, pero ésa es otra cuestión). 

Porque, por encima de tópicos como el de "el tiempo pone a cada una en su lugar", es obvio que no es así. En concreto, en el cine el azar ha resultado decisivo para que el recorrido, el recuerdo y la valoración de una película hayan sido más o menos afortunados, con independencia de las cualidades intrínsecas de la obra en cuestión. Si pensamos en que la mayor parte (porcentualmente hablando, podríamos decir que la práctica totalidad) del cine mudo japonés desapareció durante la II Guerra Mundial, sin esperanzas de que se recupere más que una ínfima proporción de lo destruido, no hay posibilidad de justicia alguna ahí, del mismo modo que una película cuya circulación haya estado circunscrita a territorios marginales y no haya sido vista por ningún crítico de influencia no ha tenido ninguna oportunidad de llegar hasta nuestra época. Solo la generalización de internet, tan demonizada por los en general pésimos regidores de las instituciones relacionadas con el cine, ha podido cambiar algo las cosas en los últimos años. 



23 de febrero de 2016

Cine de tres peniques


El cineasta Pablo Llorca, en su faceta de administrador de la productora Cámara Oscura, denunció en el año 2007 al Cineclube de Compostela por haber proyectado la película Tierra negra. El periplo judicial se saldó con una multa de 250 euros para el citado cineclub, a pesar de que la película fue emitida con pleno acuerdo con el director, Ricardo Íscar, que fue quien facilitó la copia de un largometraje no emitido hasta entonces en Galicia. 

Me resulta imposible sentir ni siquiera un lejano respeto por semejante concepción de los derechos de autor, y más teniendo en cuenta que la labor del Cineclube de Compostela, aún en activo, es una de las más incompatibles que yo haya conocido con el ánimo de lucro.