9 de octubre de 2015

Zinemaldia 2015 (8): Los ecos de la masacre

Existe un género cinematográfico cuya principal razón de ser -dejando a un lado matices y con todos los peros que se le quieran poner- es la sublimación de un genocidio. Si bien han existido intentos de ajustar cuentas con este hecho (el último y más conocido, el de Quentin Tarantino y su Django desencadenado), la ideología subyacente a la mayoría del western americano es uno de los agujeros negros en la conciencia de la historia del cine, y uno de los efectos más indeseados de la hegemonía de los Estados Unidos en la conformación del imaginario derivado de la existencia de este arte fundado en 1895.

Por ello, toda película que intente acercarse, con seriedad, al punto de vista de los grandes perdedores en la cosmovisión derivada de una asunción acrítica de los postulados del western supone, en sí misma, un acontecimiento, por mucho que en la representación de los pueblos indígenas por cineastas no indígenas haya muchas cuestiones en juego y las inevitables críticas por el lado del rigor antropológico puedan hacer demasiado visibles tópicos adquiridos y costuras evidentes.



7 de octubre de 2015

Zinemaldia 2015 (7): Las incoherencias de Saúl

Hace unos días, una amiga me comentaba indignada que había visto en las ruinas del campo de exterminio de Auschwitz una pintada que rezaba: "Pepe, 2012". La seriedad y el sobrecogimiento que la memoria de dicho lugar provocaba no había sido suficiente, al parecer, para que un viajero con dudoso sentido del ridículo dejara su huella, como si hubiese estado visitando un lugar más de turismo y el Holocausto fuese un asunto al que dedicar frívolos ratos de ocio.



5 de octubre de 2015

Zinemaldia 2015 (6): La oscura materia de que está conformado el mundo


Suele existir cierta desconfianza de partida cuando nos encontramos con un remake: en muchas ocasiones, volver a rodar el mismo guión no esconde más que falta de ideas o el intento de explotar el éxito de una antigua película sin aportar nada nuevo o estropeando buena parte del material original, sin estar a la altura de  la primera versión. En ciertas épocas, sin embargo, ha sido una costumbre más de los estudios, antes de la existencia de vídeos y filmotecas, para rescatar grandes obras y evitar que el gran público las echase demasiado pronto en el olvido: así, en el Hollywood clásico casi se convirtió en una costumbre rodar una versión muda, años después una sonora y pasado un tiempo la versión en color. Y ha habido todo tipo de resultados como para evitar hacer una teoría cerrada sobre la calidad de unas y otras: si sabemos que Imitación a la vida de Douglas Sirk es un remake, tal vez nos sintamos obligados a despreciar el original en que se basó, pero ello en modo alguno haría justicia a la más que notable película que John M. Stahl realizó veinticinco años antes. Y lo mismo nos pasaría con el Ordet (1955) de Carl Theodor Dreyer, versión de  la misma obra teatral que doce años antes había adaptado con notable acierto (y Victor Sjöström en el papel protagonista) Gustaf Molander, o con La chienne  de Jean Renoir y su magnífica sucesora, Scarlet Street de Fritz Lang.


2 de octubre de 2015

Zinemaldia 2015 (5): La lógica de la autodestrucción

                            

Es probable que el sintagma "extrema izquierda japonesa" suene hoy a chino, valga la vulgaridad de la expresión, a la mayoría de comunidad cinematográfica, y en mucha mayor medida a la sociedad en general. Japón es uno de los países más estables políticamente en su conservadurismo, gobernado casi sin interrupción por el derechista Partido Liberal Democrático desde el fin de la II Guerra Mundial y sin más opciones de alternancia que un partido casi gemelo y de nombre semejante (el Partido Democrático Japonés). Sin embargo, durante toda la década de 1960 y principios de los 70, a raíz de la firma del Tratado de Seguridad y Cooperación entre Japón y los Estados Unidos, la extrema izquierda, hegemonizada por el maoísmo, fue un contrapoder con presencia real en la sociedad y profunda influencia en la cinematografía nipona, siendo algunos de sus más importantes realizadores militantes a su vez en grupos revolucionarios (entre los que destacaba el Bund, la Liga Comunista de Japón). Los nombres de Shuji Terayama, Yasuzo Masumura, Masahiro Shinoda, Yoshishige Yoshida o Masao Adachi, además de dar lugar al movimiento conocido como la Nuveru Vagu, no abandonaron su militancia al convertirse en directores de prestigio y dieron lugar a filmografías de admirable coherencia,  sobresaliendo entre ellos el nombre de Nagisa Oshima, dirigente estudiantil antes que cineasta y a quien Zinemaldia y la Filmoteca Española dedicaron una completa y admirable retrospectiva en 2013.

1 de octubre de 2015

Zinemaldia 2015 (4): Aunque los montes cambien de lugar


Haciendo balance del presente Festival de Donostia, dejamos claro que no habíamos encontrado obra maestra alguna entre el casi medio centenar de largometrajes vistos. Pero hay una película que se le acercó mucho, que nos produjo durante gran parte de su proyección las sensaciones que sólo las grandes obras consiguen abonar en la conciencia, y en la que creímos ver la manifestación más acabada del genio de Jia Zhang-ke, que tras casi dos décadas de notable carrera parecía por fin alcanzar la maestría que en algunas de sus propuestas anteriores merodeaba, siempre armado de un sólido discurso, entre melancólico y crítico, sobre la apoteosis del capitalismo en la República Popular China. Hablamos de Mountains May Depart, nuevo título del mencionado cineasta que procedente de Cannes (aunque sin mención alguna en su palmarés) se proyectó en la sección de Perlas. El hermoso título, en palabras de su director, alude al siguiente pasaje bíblico:
'Aunque los montes cambien de lugar y las colinas se desmoronen, mi amor por ti permanecerá inamovible'. Es la idea, lazos tan fuertes que no se romperán aunque quienes estén atados por ellos cambien de lugar, de vida o se alejen entre sí. Aunque el lugar de donde salieron parezca realmente perdido.