15 de abril de 2014

Los límites de la sofisticación


¿Es posible una comedia sobre el nazismo? Pregunta trascendental que se hacen los personajes de Ser o no ser, de Ernst Lubitsch; se hace la propia obra desde el título y nos hacemos hoy nosotros, setenta años después de su rodaje. Y la respuesta tiene que ser matizada: es posible una comedia sobre el nazismo, sí, pero su efectividad como comedia va pareja a su ineficacia como película antinazi y como reflejo del momento histórico en que se realizó. Lubitsch, judío y alemán, no era, al contrario que Fritz Lang, Otto Preminger o Douglas Sirk, un exiliado del nazismo; su emigración a Hollywood data de 1923 y las implicaciones políticas explícitas de sus obras siempre fueron muy escasas, más allá del anticomunismo superficial de Ninotschka. Pero la estigmatización que los nazis hicieron de su figura en el brutal panfleto antisemita El judío eterno, apoyándose en la figura arquetípica del judío que representó Lubitsch en sus primeros papeles como actor, parece que exigían una respuesta del cineasta, y Ser o no ser es la plasmación. 

Con una gran economía de medios, Ser o no ser tiene la habilidad de describir de forma rápida y efectiva aspectos como la invasión de Polonia (bastan dos planos con unos pocos rostros llenos de lágrimas al paso de los soldados alemanes para hacernos llegar el sentir del pueblo polaco) o la complejidad de la misión secreta que lleva a cabo Sobinski, el militar interpretado por Robert Stack (un plano de una falsa suela de zapato abriéndose nos ahorra lo que podría haber sido una trama completa de película de espionaje). Del mismo modo, la sutileza de la puesta en escena lubitschiana produce una de las mejores secuencias cómicas de su carrera, gracias al juego de bigotes falsos entre el falso profesor Siletski y el verdadero cadáver, en una demostración de temple y sangre fría del egocéntrico Joseph Tura (Jack Benny) que resulta un auténtico homenaje al oficio de actor: no es difícil llegar a dudar sobre quién está interpretando a cada uno, del mismo modo que también nos cuestionamos si el coronel nazi Ehrhardt está imitando al actor Tura en sus chanzas acerca del sobrenombre Campo de Concentración Ehrhardt o es al revés.


Sin embargo, Lubitsch parece no poder evitar que su estilo esté por encima del contenido antinazi de la película, y  una insinuación sutil de adulterio entre Maria Tura (Carole Lombard) y el militar Sobinski se cuela como marca de fábrica. El discurso político se queda en un nivel muy primario y la única objeción de peso contra el nazismo que verbaliza un personaje es el “derecho a no querer ser felices” que reivindica Maria ante las atenciones del colaboracionista profesor Siletski. Si bien está muy clara la toma de partido de la obra a favor de la resistencia y refleja un aspecto tan clave como la incapacidad de los criminales nazis para asumir las responsabilidades de sus actos (Ehrhardt siempre achaca sus fallos a su ayudante Schultz, prefigurando cuál será la línea de defensa de sus compañeros de partido en el proceso de Nurenberg), la misma voz en off parece minusvalorar la lucha de los protagonistas al afirmar que la verdadera batalla se está llevando a cabo en Inglaterra, y la centralidad de la película se acaba trasladando al lío de egos entre Joseph y Maria Tura y el intruso Sobinski.

La inadecuación entre forma y fondo de Ser o no ser contrasta con el hecho de que, a resultas de los acontecimientos de los años 40, Yasujiro Ozu fuese capaz de salirse de su habitual templanza para rodar las duras escenas de Una gallina en el viento; Fritz Lang, de colaborar con alguien tan alejado de sus intereses estéticos como Bertolt Brecht para realizar una obra maestra como Los verdugos también mueren y Jean Renoir, de conseguir emocionarnos haciendo leer a Charles Laughton la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano en Esta tierra es mía. Lubitsch intentó también salir de sí mismo y ponerse al servicio de una causa, pero solamente consiguió mostrarnos los límites de su estilo o, lo que es lo mismo, los límites de la sofisticación.

11 de abril de 2014

Años en balde

Después de cinco años y siete meses sin escribir en este blog, supongo que si hay algún lector al otro lado se hará muchas preguntas al ver esto. ¿Cómo es que quien firma como autor del mismo, Perzival, pseudónimo poco original que no esconde a ningún personaje, solamente a una persona que seguía la costumbre -antes de la popularización de Facebook- de no firmar con el propio nombre nada que publique en la red, no ha tenido el detalle de borrar este blog y contribuir a que la cantidad de páginas flotantes pero muertas se reduzca y podamos seguir solamente a quienes se molestan en mantener una publicación viva?

Y sí, parece una objeción razonable. Sin embargo, por mucho que hayan pasado años y, seguramente, mucho de lo publicado me produzca ahora una gran distancia, lo cierto es que el tiempo transcurrido no ha significado haberme convertido en una persona distinta, ni crecer hacia algún lado, ni cambiar en lo sustancial, ni para mal ni para bien. En realidad, lo único distinto entre entonces y ahora son las cosas que han quedado por hacer, una de las cuales, y no menor (y a pesar de la comprobable ausencia de lectores), es la de escribir, esforzarse en poner negro sobre blanco alguna opinión, algún razonamiento elaborado, algo transmisible y publicable. Tengo amigos que han publicado libros, que han dirigido películas, que han escrito en revistas de prestigio. Yo no he hecho nada memorable y tal vez ya no lo haga. Seguramente, esforzarse en escribir y publicar aquí no sea algo memorable, pero sí algo mejor que ver transcurrir los días y ver cómo el tiempo se escapa, sin dejar rastro alguno.

Así que intentaremos volver a escribir ahora, aprovechando la existencia, testimonial pero real al fin y al cabo, de esta página. Tal vez hablemos solamente de cine, aprovechando algunos textos ya esbozados; o tal vez acabemos derivando hacia la política internacional o la historia de los movimientos revolucionarios, asuntos que me interesan, como mínimo, tanto como el cine. O, quizá, escrito y publicado esto, no haya más que decir y la página muera definitivamente. El tiempo lo dirá.