15 de septiembre de 2008

Los años 40

Me piden en Miradas de Cine una lista de las 15 mejores películas de la década de los 40. Este blog estaba en hibernación y con esta petición aparece un inmejorable motivo para volver.
No es la primera lista ni la mejor, sólo es la mía. Cada película merece un comentario aparte y una entrada propia, así que sólo esbozo los títulos:

-Los niños del paraíso, de Marcel Carné.


-Roma, cittá aperta, de Roberto Rossellini.



-Encadenados, de Alfred Hitchcock.



-Los verdugos también mueren, de Fritz Lang.



-Primavera tardía, de Yasujiro Ozu.

-Ordet, de Gustav Molander.


-Encrucijada de odios, de Edward Dmytryk.


-El tercer hombre, de Carol Reed.



-Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler.



-Ciudadano Kane, de Orson Welles.


-Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica.


-Las uvas de la ira, de John Ford.



-El político, de Robert Rossen.


-Native land, de Paul Strand.


-Los viajes de Sullivan, de Preston Sturges.

14 de septiembre de 2008

La verdadera historia del cine


Es una verdad universalmente aceptada que la historia del cine es la historia de una conjura de hombres tímidos, poco atractivos y obsesos sexuales, para rodearse de mujeres arrebatadoramente hermosas.
(...) Los ávidos historiadores del cine que colaboraban en los Cahiers tenían bien aprendida una lección de historia: la del amor que podría florecer entre un director y su actriz. Desde Griffith y Lillian Gish hasta Orson Welles y Rita Hayworth y Roberto Rossellini e Ingrid Bergman, los jóvenes turcos no soñaban con un harén, sino con su propia estrella, la mujer que cobraría vida ante la cámara y se enamoraría no del dinero o del poder mundano, sino del genio de su arte.


(Colin McCabe, en Godard. Retrato del artista a los setenta)

13 de septiembre de 2008

Regreso


Es una película que siempre ha sido importante para mi. La descubrí cuando descubrí el cine, al final de la adolescencia. Y antes de ver la grandiosidad de la puesta en escena de Bresson, para mí, el personaje del carterista era como un amigo. Siempre se dice que Bresson era un gran formalista. Y cuando murió me dio pena, porque decían que era altivo, frío, y es tan ardiente y lleno de amor… Y ese personaje solitario, confieso que se convirtió en un amigo, a mis 16 años, cuando uno suele encerrarse en sí mismo, y sólo sueña con abrirse y entrar en el mundo, y uno cree que el mundo está muy lejos, y se entierra en su mediocridad con su increíble orgullo. Era en esa intimidad en la que yo me encontré con él. Y lo fabuloso es que sólo habla de eso, y podemos sentirlo, vivirlo. Por ejemplo, esa impresión de que el mundo está lejos, la vemos tan claramente, con esos coches que no se oyen, una puerta de un café que se abre. Y el sonido, sin embargo, no rompe. El mundo está lejos, y sólo se trata de eso: cómo entrar en él, cómo entrar en una historia de amor, cómo reunirse con una mujer, y eso es lo que nos muestra. Eso es lo fabuloso, así que hay una temática y todos los gestos necesarios. Continuamente nos muestran eso, en el cine siempre es lo concreto: ¿qué mostramos, qué filmamos? Y él llega a todo, a las cosas de la mente, de la metafísica, a través de los gestos, y qué genio haber encontrado eso. Quizá lo del carterista sea una metáfora, pero la mano que se acerca lo es todo: el deseo, las ganas de acercarse, el miedo, y creo que también las ganas de que le cojan. Es una bellísima película sobre la delincuencia. ¿Y qué es la delincuencia? Es una rebelión, pero también es un modo de entrar en el mundo, al ser cogido y juzgado. Creo que estaba muy influido por Dostoyevski, por Crimen y castigo. “¡Arrésteme, júzgueme, que por fin pueda existir!”


(Jean-Pierre Améris, sobre Pickpocket, de Robert Bresson)